“Nos autem gloriari oportet in cruce Domini nostri Iesu Christi…” Gál. 6, 14
Queridos Hermanos:
Un año más, concluido el tiempo de la Cuaresma, nos disponemos a celebrar la Semana Santa, la Pascua del Señor. El Santo Triduo Pascual son los días más importantes de todas las celebraciones litúrgicas de nuestra fe cristiana. Cristo, muerto y resucitado, es el centro del tiempo y de nuestra historia.
“Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús!” contesta la asamblea litúrgica en el rito romano después de que el sacerdote, tras consagrar los dones sagrados, anuncia en voz alta: “¡Este es el sacramento de nuestra fe! o ¡Este es el misterio de la fe!”. Por tanto, para los cristianos, el misterio de nuestra fe, o lo que es lo mismo, el centro de ella, es la muerte y resurrección de Cristo. Muerte en cruz y resurrección gloriosa.
Narra una antigua leyenda apócrifa que la madera de la cruz de Cristo provenía de la misma madera del Árbol del Paraíso. No viene aquí al caso entrar en detalles sobre esta historia ni tratar sobre si es cierta o no. Lo que importa de esta tradición es precisamente la carga simbólica que transmite.
Y es a mi entender la siguiente: Si en el Árbol del Paraíso crecía aquel fruto del que Dios prohibió comer a Adán y Eva, y precisamente por la transgresión de éstos, vino la caída de todo el género humano con el pecado y la muerte, por el Árbol de la Cruz del que pende Cristo, cual fruto salutífero, nos vino la gracia y la vida eterna.
San Pablo, en su carta a los Gálatas, nos dice: “¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo,…!”, este es el texto que en latín encabeza esta reflexión que os hago.
La cruz es la señal del cristiano, su emblema, su signo. Y lo es porque en ella eligió morir por designio divino del Padre, el Hijo eterno de Dios. La cruz nos representa y en ella se encierra la sabiduría de Dios, aunque para algunos sea necedad y escándalo, como nos dice el mismo San Pablo (ver 1ª Cor. 1, 23). Portarla significa que también nosotros aceptamos la propuesta de Cristo que no es otra que aquella de que si queremos ser discípulos suyos debemos coger nuestra cruz de cada día y seguirle. Pero ¿seguirle a dónde? Es bien simple, pero imposible sin Él: Seguirle a la Muerte y por ella a la Resurrección y a la Vida Eterna. Ese es el significado de la Pascua. Perder la vida para recuperarla, porque sólo el que la pierde por Él la recupera. Es el paso de la Muerte a la Vida, del Pecado a la Gracia, de las Tinieblas a la Luz. Una muerte y resurrección espirituales a través de los sagrados misterios en el presente que nos preparan para los reales en el futuro.
Todo esto es lo que celebramos estos días santos, y especialmente durante el solemne Triduo de Pascua, y a vivirlo desde el corazón y con Él, es a lo que os invito a todos, mis muy queridos Hermanos en Cristo.
Iohannes, eques a Stella Oriens,
Prior eclesiástico